Me abandono en la arena de la orilla del mar, húmeda, fresca y luminosa, y me dejo mimar por el sonido de las pequeñas olitas que me acarician los pies. Siento en mi piel el calor del sol ecuatorial y la brisa fresca del mar de Andamán, que me rodea con sus reflejos turqueses y de madreperla.
Mi mente se calma y me envuelve una paz que me conecta con el momento presente. Noto como el aire fresquito entra en mis pulmones y por un instante mis pensamientos se desvanecen como nubes azotadas por el viento, dejando espacio a una profunda sensación de tranquilidad.
Encontré un pequeño paraíso que me ha ayudado a parar el tiempo, a reconectar conmigo misma y a soltar aquella NECESIDAD DE CONTROL, perfeccionismo y organización típico de mi día a día. No quiero decir que estas características sean negativas, al revés.
Para alcanzar objetivos es muy importante saber planificar, seguir un preciso plan de acción y aspirar a lo mejor. Es imprescindible trabajar sobre nosotros mismos, ser constantes, saber gestionar nuestro tiempo de manera eficiente.
Pero llega un momento en el que es muy fácil caer atrapados en un mecanismo sin salida, en el que resulta MUY COMPLICADO PARAR, en el sentido literal de la palabra.
Me di cuenta de esto durante mis semanas de vacaciones.
Mi mente seguía corriendo a la misma velocidad, produciendo cascadas de pensamientos y funcionando de manera EXAGERADAMENTE PROACTIVA.
El hábito de organizarlo todo estaba tan consolidado que, aunque me encontrara a miles de kilómetros de casa, me estaba empujando a planificar cada minuto de mis vacaciones.
Tomé consciencia de que no sabía cómo parar mi mente y mi misma y, cuando por fin lo conseguía, sentía crecer en mí una sensación de ansiedad, como si estuviera PERDIENDO EL TIEMPO.
Actuando de esta manera se pierde una oportunidad que el viaje, más que cualquier otra cosa, nos ofrece: parar, saborear el momento presente y DEJAR DE PROGRAMAR.
Esto significa estar abiertos a lo que la vida nos pone adelante y descubrir el mensaje que quiere trasmitirnos, romper nuestros esquemas mentales para poder ampliar nuestra visión del mundo.
Soltar la obsesión por el control y cultivar una dote que más que todas puede ayudarnos a realizar nuestros sueños y a alcanzar nuestros objetivos: LA FLEXIBILIDAD.
Puedo planificar un plan de acción excelente, puedo organizar cada detalle, puedo ser proactiva hasta prepararme a vivir miles de situaciones hipotéticas…Pero todo se cae en el momento en que no soy capaz de adaptarme al cambio que no me espero.
Ser flexible significa ser como aquellos GRANOS DE CAFÉ del famoso cuento, significa vivir de manera más serena porque cuanta más flexibilidad caracterice mi vida, cuanta meno posibilidad tendremos de “rompernos”.
Una canción italiana habla sobre “los pinos de Roma, que la vida nunca consigue romper”: no los rompe porque pueden adaptarse con plasticidad a las tormentas de la vida.
No te estoy diciendo de dejar de organizarte, al revés: ¡sigue haciéndolo!
Pero al mismo tiempo cultiva una sana flexibilidad. Esto no significa perder el control de nuestra vida y dejarnos ir a la deriva, sino transformarnos en verdaderos DUEÑOS DE NOSOTROS MISMOS.
Aprender a adaptarme a lo que la vida me pone adelante, sobre todo cuando el cambio no lo busco y no lo quiero, significa aprender a dominar mis pensamientos, a elegirlos y a direccionarlos hacia nuevos horizontes.
Significa no estar a la merced de los acontecimientos y ser capitán de mi destino.
¿Cómo entrenarnos a la flexibilidad? Aprendiendo a salir de NUESTRA ZONA DE CONFORT.
Comprométete cada día en hacer algo de inusual, algo que te incomode. Puede ser una pequeña cosa como hablar con tu compañero de trabajo que no te cae bien o mirar a los ojos a tu vecino cuando lo encuentras en el ascensor.
Puede ser ir a aquella cena de trabajo que tanto te incomoda o quizás llamar a aquel amigo que hace un siglo que no ves.
Acuérdate una cosa: en el incómodo está el trabajo. Es el camino incómodo lo que tienes que coger para poder aprender algo diferente.
Deja de quejarte cuando te pasa algo no esperado y acéptalo como un regalo.
El regalo más grande que te pueden hacer es lo que te ayuda a desarrollar nuevas capacidades, a aprender cosas nuevas y a sacar afuera dotes que no pensabas tener.
Te sorprenderás de la cantidad de colores que puedes ver cuando dejas de observar el mundo a través de las lentes del perfeccionismo y del control.
Con cariño
Federica
Hola Federica,
espero no interrumpir las vacaciones …
Para mi este post toca mucho un sentido profundo y central, del que emanan otros muchos más.
Me da por pensar que desde que instauramos la civilización, perdón que vaya algo lejos, 🙂 ésta no ha pasado en vano y ha tocado nuestros genes.
En otras palabras, siento que nuestra mente colonizadora, coloniza planes y hasta nuestro futuro. Luego viene el elemento natural, el frío, la lluvía o la nieve, cubriéndolo todo y nos sentimos perdidos o enfadados.
Antes, víviamos más en sintonía con lo natural, éramos parte de un todo (en realidad, nunca hemos dejado de serlo); pero ahora pretendemos ser LA parte de un todo.
Esta concepción, luego, destila a mi forma de ejercer mis decisiones, mi ruta, mi destino.
Y, mientras me hizo sufrir, aprendi a admitir, que la existencia es un vaivén, que la búsqueda del logro dio paso a la humildad, y la auto-exigencia dio paso a aceptar(me).
También entronca con mi idea de ‘yo’, y qué entiendo yo por mi identidad. La mía va un poco fundida con el resto …
Es una experiencia personal, no sé si mejor o peor, las cosas me abocaron a aquí, 🙂
Si te aporto algo, me das una alegría, 🙂
Un abrazo!.
Gracias.
Buenos días Juanma! No interrumpes nada, ya he vuelto y las vacaciones se han acabado 🙁
Pienso que estar en sintonía con la naturaleza y acordarnos que somos parte de un todo puede ayudarnos a aprender a dejarnos ir en este flujo y a relativizarlo todo! Muchas gracias por tus palabras! un abrazo!