Todos tenemos un propósito en esta vida. Alguien ya lo ha descubierto y otros todavía no pero todos lo tenemos. Todos tenemos un lugar en este mundo.
Hay que perseguir nuestros sueños y transformarlos en realidad porque no hacerlo tiene un precio mucho más grande del esfuerzo que tenemos que hacer para alcanzarlo. Buena lectura y feliz viernes.
Con cariño
Federica
Una pequeña polilla se enamoró de una estrella.
Habló del asunto con su madre y ella le aconsejó de enamorarse mejor de una lámpara.
“Las estrellas no están hechas para aletear alrededor de ellas” le explicó “las lámparas si!”
“Por lo menos con las lámparas consigues algo” dijo su padre. “Yendo detrás a las estrellas no llegarás a nada”.
Pero la pequeña polilla no echó cuenta a sus padres.
Cada tarde, a la puesta del sol, cuando la estrella aparecía empezaba a volar hacía ella y cada mañana, al amanecer, volvía a casa muy cansada por el tremendo esfuerzo.
Un día su padre le llamó e le dijo: “No te quemas las alas desde meses hijo mío, y me da miedo que nunca lo harás. Todos tus hermanos se han quemado sus alas varias veces volando alrededor de la luz de las farolas y tus hermanas también, rodeando las lámparas de las casas. Adelante, ponte en marcha y quémate las alas tu también como todos nosotros!”.
La polilla entonces dejó la casa paterna, pero no se fue a volar alrededor de las lámparas ni de las farolas.
Siguió cada día con su objetivo de alcanzar la estrella que tanto amaba, que estaba a años luces de distancia aunque ella pensara que estuviera atrapada entre las ramas más altas del grande roble.
Lo intentaba cada día, una noche después de otra, y el hacerlo le hacía sentir feliz, tanto que vivió muchísimos años.
Sus padres, sus hermanos y hermanas al revés, habían muerto hace mucho tiempo, todos quemados.