La escuela está demandando cada vez más profesionales emocionalmente competentes. Por un lado, para hacer frente a los desafíos de su práctica diaria, como estrategia de prevención (Bisquerra y Pérez, 2007), favoreciendo así una mejor adaptación al contexto educativo y minimizando los riesgos de malestar, estrés y sentimientos de frustración que frecuentemente aparecen ante las demandas y conflictos con los padres/madres, alumnado o compañeros de trabajo.
Por otro lado, debe intentar conseguir un desarrollo integral de los estudiantes. Existen evidencias de que la educación emocional no sólo aumenta el aprendizaje en estas áreas del desarrollo sino también el aprendizaje académico (Durlak y Weissberg, 2005; Palomera, Fernández-Berrocal, Brackett, 2008). El estudiante aprende de una manera más efectiva los contenidos de cada asignatura si está motivado, tiene iniciativa o es responsable. Es decir, si posee competencias emocionales.
Las necesidades que se plantean en las instituciones educativas van más allá de promover el desarrollo cognitivo del alumnado. En este contexto, la labor del docente no se limita a trasmitir conocimientos, sino que se convierte en un modelo, en un promotor de actitudes, comportamientos, emociones y sentimientos (Cabello, Ruiz-Aranda y Fernández-Berrocal, 2010).
Sin embargo, sólo los docentes que saben gestionar adecuadamente sus propias emociones serán capaces de ayudar a su alumnado a desarrollar las suyas. Siempre se ha dicho que se debe predicar con el ejemplo como mejor método de enseñanza.
Como dijo Stephen Covey: “Tus actos siempre hablan más alto y más claro que tus palabras” Porque los hechos son la forma de concretar lo que se dice y porque decir una cosa y luego hacer otra es auto-descalificarte».
Un docente que carezca de las competencias emocionales podrá, en el mejor de los casos, transmitirlas de manera teórica, pero el mensaje que dará con su actitud en el aula o con su lenguaje no verbal no se corresponderá con aquel que transfiere verbalmente (Gaya, 2002). De manera que no profundizará en la conciencia de su alumnado.
Por todo ello, nace este curso de formación para el profesorado de enseñanza secundaria, para que puedan desarrollar y entrenar sus propias competencias emocionales (según el modelo teórico de Bisquerra que nos sirve de referencia: Bisquerra 2003, Bisquerra y Pérez, 2007), tanto en el aula como y sobretodo en su vida personal.
ESTRUCTURA DEL CURSO |
El curso está dividido en dos partes:
PARTE 1: Formación presencial de grupo para el desarrollo de las competencias emocionales (5 sesiones) PARTE 2: Proceso de Coaching personalizado para cada docente del grupo, enfocado a trabajar un objetivo personal relacionado con el desarrollo de las competencias emocionales (3 sesiones). |
CUÁNTO DURA |
PARTE 1: 3 meses. Cada sesión grupal (una cada quince días aproximadamente) dura 3 horas. PARTE 2: 2 meses. Cada sesión de Coaching Personal dura una hora. |
NÚMERO PARTICIPANTES |
10
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OBJETIVO GENERAL DEL CURSO |
Desarrollo de las competencias emocionales del profesorado a través de un Proceso de Coaching Grupal y Personal.
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OBJETIVOS ESPECÍFICOS DEL CURSO |
· Conciencia de las propias emociones y de la interacción entre emoción y comportamiento · Regulación emocional · Autoeficacia emocional y desarrollo de la aceptación · Gestión del estrés y de la ansiedad · Comunicación asertiva y liderazgo · Prevención y resolución de conflictos · Diseño de objetivos alcanzables · Desarrollo de un plan de acción efectivo |
HERRAMIENTAS UTILIZADAS |
· Coaching Personal · Programación Neurolingüística (PNL) · Mindfulness · Hipnosis Ericksoniana |
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